Cuarta lección: «El líder cristiano no da órdenes, sino que las recibe del gran Jefe y las obedece»

por Samuel O. Libert


Varios pastores viajábamos en un autobús rumbo al sur de la Argentina. A mi lado se sentó un veterano siervo de Dios, mucho mayor que yo. En un momento de la conversación me dijo: «Casi todo líder suele atravesar un proceso hacia la madurez. Durante el primer período cree que puede alcanzar todo lo que se proponga. En el segundo período se siente frustrado y piensa que no puede hacer nada. Y en el tercer período comprende, por fin, que sólo Dios es el que hace todas las cosas». Aunque no se lo dije, yo me sentía en el segundo período, ¡y en el primero me había ido bastante mal!… Tenía poco más de veinticinco años de edad. Había alcanzado ciertas ventajas materiales en una gran compañía de seguros, ocupaba también varios cargos denominacionales, pero me sentía desconcertado. Las cosas no salían como yo quería. No estaba satisfecho. En realidad, arrastrado por la inercia, seguía dedicándome a las tareas del primer período, pero ya no creía que podría conseguir todo lo que me propusiera. Me hallaba exactamente en la condición descrita por mi compañero de viaje. Pensaba que no podía hacer nada más. Pero, a causa de la plática, vinieron a mi memoria unas palabras de la Biblia: «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Fil 2:13) ¿Qué lugar había dado a Dios en mis planes?… Claro, eran mis planes. Yo los hacía, y después pedía que Dios «pusiese su sello de aprobación». No estaba habituado a pensar seriamente en los planes del Señor y seguirlos. Un amigo me dijo una vez: «El líder cristiano no da órdenes. El líder cristiano recibe órdenes del Gran Jefe y las obedece». Tenía razón. Tuve que aprenderlo.

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