En un hermoso país, que aquí prefiero no identificar, fui invitado a predicar en varias campañas de evangelización durante un mes en distintas ciudades, como lo hacía de vez en cuando en otros lugares. En una de las cruzadas me acompañó todos los días un buen cantante cristiano. La noche de apertura, mientras él cantaba su primera canción, algunos muchachos se burlaron a gritos, le silbaron y le arrojaron colillas de cigarrillos y cáscaras o pieles de frutas. Después todo prosiguió normalmente. El programa de la comisión organizadora indicaba que en el momento de la invitación el cantante debía entonar el himno «Tal como soy» u otro similar. El pianista tocó el preludio dos o tres veces, pero el cantante se negó a cantar. Fue un momento difícil, aunque ello no impidió que hubiera decisiones. Al terminar la reunión conversé con él. Me dijo literalmente: «No quiero cantar para un público inculto». Le contesté: «Tú no debes cantar para el público. Tú tienes que cantar para Dios. Además, entre ese público, como tú lo llamas, hay centenares de personas que necesitan entregarse a Cristo. Invítalas con tu canto a aceptar al Señor. No eres un artista que busca los aplausos de la gente. Eres un líder que conduce a las almas a los pies del Salvador». Pero mi exhortación fue inútil. Aquel cantante, joven aún, quería tener un ministerio selectivo, destinado a los que él deseaba halagar y satisfacer, que supieran apreciar su arte, su calidad interpretativa, y no a aquellos que él consideraba «público inculto». Esto ocurrió hace mucho tiempo, pero entonces me hice una pregunta que sigo repitiendo: ¿No hay líderes de todo tipo, no sólo cantantes, que por su propia decisión se limitan a ministerios selectivos, buscando agradar a determinado tipo de personas al margen de las verdaderas necesidades de la gente sin Cristo y del pueblo de Dios? ¿no se parecen a los falsos profetas?… Durante la «reunión cumbre» de los reyes Acab, de Israel, y Josafat, de Judá, unos cuatrocientos profetas falsos se complacían en halagar a los distinguidos soberanos y sus acompañantes. Se trataba de un público selecto. Había que decir y hacer cosas agradables. El líder del grupo, Sedequías, hijo de Quenaana, aseguraba que Jehová le había revelado que Acab y Josafat se apoderarían de la ciudad de Ramot de Galaad, que estaba bajo el control de Siria. Eso era lo que los reyes querían oír. Sin embargo, perdieron la guerra (1 Re 22 y 2 Cr. 18).
Queremos que Liderazgo MVP sea de bendición para el líder cristiano. Envienos sus inquietudes, escritos, dudas y coopere con las expanción del evangelio ayudando a los lideres que Dios esta levantando.