Esta lección se parece a la anterior, pero no es igual. En mis años de estudiante me tocó leer la novela gauchesca Don Segundo Sombra, del autor argentino Ricardo Güiraldes. Me sentí impactado por un pasaje en el que un hombre le daba algunos latigazos a un joven y le decía: «¡Hacete duro muchacho!» (hazte duro, muchacho). El doctor Stanley Jones, médico misionero en la India, afirmaba que sería ideal que el buen líder tuviera piel de rinoceronte (¿o de hipopótamo?) para no sentirse herido por las flechas de sus adversarios. Desde distintos ángulos ambos escritores enfatizaban la importancia de la fortaleza del líder o del futuro líder. A veces un líder es objeto de ataques injustos, de acusaciones falsas, de intrigas palaciegas carnales. ¿Qué debe hacer? ¿lamentarse? ¿abandonar la carrera? ¿darse por vencido? Los grandes hombres de la Biblia pasaban a través de tales crisis tomados de la mano de Dios. El apóstol dijo a los cristianos de Corinto: «Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado, pero el que me juzga es el Señor» (2 Co. 4:3,4). El verdadero líder es fuerte. El verdadero líder sigue adelante. El verdadero líder ama a toda la gente. El verdadero líder perdona, como el gran líder Esteban perdonó a sus victimarios.