por Esly Regina Carvalho
¿Alguna vez se ha sentido cansado, fatigado, agotado y sin saber que hacer? Tranquilo, ¡Usted no está sólo! En este artículo, la autora nos comparte los peligros del desgaste físico, emocional y espiritual para los hombres y mujeres que sirven en la iglesia.
Nuestros líderes cristianos requieren más de nuestros cuidados espirituales. Por lo general, pensamos que ellos no son vulnerables porque en cuanto se vuelven dirigentes, nada malo les volverá a pasar.
Quizás exista también entre algunos pocos la falsa creencia de que nuestros guías son «intocables» y medio «primos hermanos» de la perfección. Por alguna razón pensamos además que ellos han alcanzado la madurez cristiana y, de esta forma, están vacunados contra algún pecado, caída moral o cualquier otro elemento no deseable. Los consideramos muy «maduros» en el Señor y por eso, ya no se encuentran expuestos a las tentaciones con las cuales los demás «mortales» nos enfrentamos.
Tanto ha calado esta idea que incluso algunos líderes llegan a caer en este error conceptual. Según ellos, como Dios los ha puesto en el liderazgo ya no se equivocan. Sin embargo, la realidad nos muestra muchas personas muy heridas, dentro y fuera de nuestras iglesias, justo por esa razón. Ante esto hay algo curioso: cualquier líder admite su capacidad de equivocarse, pero si examinamos cuántas veces la han reconocido o han pedido perdón a alguna oveja herida, podemos observar cuán contrarias son las acciones a las palabras.
Por otro lado, a veces no somos conscientes de que la iglesia generalmente impone una presión y una exigencia casi sobrehumana a quien está por cabeza. Las expectativas de lo que debe hacer muchas veces no son realistas y quienes intentan alcanzarlas caen o mueren (literalmente) por el camino. No obstante, en mi opinión las ovejas también son culpables de esa crisis de la transparencia del liderazgo, pues esperan un modelo perfecto e imposible, ignoran cómo lidiar con los errores humanos de sus dirigentes y con esto, les imponen una carga similar a una maldición, la cual Dios jamás tuvo la intención de que tuvieran.
La verdad es que actualmente la iglesia enfrenta muchas caídas en su liderazgo. Algunas son públicas pero la gran mayoría ocurre en silencio, en un peligroso secreto dentro del cual no es posible resolver adecuadamente el problema ni ofrecer la tan necesitada ayuda. El miedo al «¿qué dirán?» es un gran obstáculo para buscar asistencia y a pesar de que hablamos mucho de transparencia, es más fácil exhibir sólo las situaciones positivas. Pero… ¿dónde queda esa transparencia cuando se enfrentan las dificultades?
Creo además que hemos perdido la visión de la iglesia como «hospital» de almas. ¿Será acaso que el hospital es para curar ovejas pero no líderes? Recordemos que según la palabra de Dios, cuando una parte sufre, el resto del cuerpo también lo hace. Por tanto, si un líder padece todo el cuerpo de Cristo en todo el mundo también se afecta. En las Escritura también se nos indica que aquellos con mayor responsabilidad rendirán mayores cuentas también. Pero debemos recordar que el enemigo pretende con más furia hacer caer a nuestros líderes porque si ellos caen, las ovejas se dispersan. Entonces, la cuestión no es qué hacer si un líder enfrenta tentaciones, sino qué hacer cuando las tenga.
¿Qué hacer para ayudar a nuestros líderes?
Esta columna tiene por objetivo hablar abiertamente sobre las necesidades y las tentaciones que enfrentan nuestros líderes y a la vez, ofrecer sugerencias útiles y prácticas para los líderes, la iglesia y para quienes tienen cuidado de ellos. Asimismo, nuestro deseo es que los lectores nos ayuden a cuidar a los líderes del rebaño, y por eso ofrecemos aquí las primeras herramientas:
Orar por nuestros líderes: l
a tentación de quejarse o de criticar a quien está a la cabeza es muy grande, mas lo que debemos hacer es pedir a Dios que dirija sus pasos. Hemos de orar por su protección, la de su familia, de sus ojos y su corazón, y rogar a Dios que los libre del mal para que anden en santificación.
Ayudarlos con las cargas que llevan:
como compañeros de yugo que somos, no podemos pretender que sea el líder quien realice todo el trabajo: él hace y las ovejas le asisten. Por eso el cuerpo de Cristo tiene una enorme variedad de funciones y necesita de cada uno para funcionar bien. Por ejemplo, si el pastor tiene el don de predicar viene a ser una «boca», pero perfectamente puede no tener la habilidad de aconsejar adecuadamente (¡y muchos no la tienen!). En ese caso, ¿quién será «corazón» para hacer ese trabajo con las ovejas?
Dar a nuestros líderes la oportunidad de ser transparentes:
recordemos que ellos también tienen problemas y sufren; por ende, debemos estar presentes y ayudarlos o como mínimo, acompañarlos en sus tristezas y penas.
Proveer ayuda doméstica para alivianar el trabajo y la vida del pastor y de su familia:
a veces el salario de muchos pastores no permite la contratación de asistencia con los quehaceres de la casa. Por eso, ocasionalmente resulta saludable que se pueda cooperar con esos oficios, cuidar de los niños cuando hay compromisos e incluso, asistir a la pareja para que pueda «escaparse» unos días, descanse y fortalezca su matrimonio.
Espero que lo compartido en este artículo desafíe a nuestros líderes a examinar su liderazgo y su forma de actuar. Quizás algunos deban hacer ciertos cambios saludables y sanadores