Mirones, hacedores y prductores

por Rafael Perez

Ayer estuve reunido por unas horas con una amiga con quien he tenido el privilegio de participar en un pequeño proyecto. Ella trabajó durante muchos años para una empresa internacional muy competitiva y llegó a ocupar allí posiciones de mucha responsabilidad. Ahora está dedicando una mayor parte de su tiempo a su familia, a su iglesia y a su propio negocio. A diferencia de una empresa, que se dirige por indicadores y está orientada a generar ganancias para sus inversionistas ―allí miden y hacen las correcciones de lugar para lograr sus objetivos―, gran parte de nuestras iglesias no están orientadas al resultado, sino al proceso (por eso no miden); para nuestra gente, producir no es una preocupación, sino principalmente ver, y como mucho, hacer. (Por eso es común que las iglesias se carguen de más y más programas, en su mayoría redundantes, sin detenerse a pensar qué resultado están produciendo por medio de ellos.) Le planteé a ella esta inquietud y me dijo que lo ha notado, estuvo de acuerdo conmigo en que una cosa es hacer y otra, muy diferente, producir.


Un hacedor muy peligroso
Mi posición es que comúnmente los sólo hacedores son más dañinos que los mirones, pues crean la sensación de progreso y ocupan espacio. Es peor tener a alguien haciendo algo sin la intención de generar resultados (sólo hacedores), que tener a alguien mirando desde lejos diciéndole a los demás que hagan (mirones), pues en un sentido, los mirones son más inofensivos y fáciles de manejar. Por otro lado, cuando alguien ya está haciendo algo, tiene un punto fuerte a su favor: se está ensuciando las manos, por lo menos está por delante de aquel que sólo mira.

Requiere mucho tacto convertir a un hacedor en productor, pues el hacedor, en base a su esfuerzo invertido, puede sentirse ofendido y pensar: «éste en vez de estar sugiriendo cosas, mejor debería darme una mano para que terminemos más pronto». Lo que él no sabe es que lo importante no es hacer algo, sino producir, y si eso que está haciendo no está encaminado a producir el mejor resultado, puede ser totalmente intrascendente (en el mejor de los casos) o hasta contraproducente (en el peor). Por ejemplo, hay gente muy constante que se esfuerza sobremanera, pero si se está encaminando hacia un precipicio, su constancia y esfuerzo sólo lo acercan un paso más a la muerte. En este caso, un hacedor que no mide y corrige puede ser más peligroso que el mirón que se quedó sentado.

Tres claves de la producción
Para convertir los mirones en hacedores se necesita una sola cosa: acción; para convertir los hacedores en productores se necesitan tres: acción, medición y corrección. Lo que no se mide ni se corrige ―aunque se haga― no se mejora. Para producir, uso la regla del 80/20: por cada 80% de esfuerzo físico, invierte un 20% de esfuerzo mental (midiendo el progreso y corrigiendo sobre la marcha). Hay una expresión que utilizo para explicar el principio de la contundencia que también ilustra la importancia de pensar sobre la acción:


Sólo aquellos que no saben hacer algo usan más la boca que las manos, y sólo aquellos que no saben hacer algo de la mejor manera posible usan más las manos que la mente.

Cristo y los productores
Al leer los evangelios me doy cuenta de que sin lugar a dudas Cristo estaba muy orientado a la producción. Gran parte de sus parábolas y enseñanzas están compuestas por figuras de producción tomadas de la naturaleza: la higuera estéril: estaba viva y creciendo, pero no daba frutos; la vid verdadera: no deberíamos conformarnos con sólo estar en el pámpano o tener hojas verdes, también es necesario producir frutos; el crecimiento de la semilla: con sólo una que caiga al suelo es posible producir tanto fruto a un ritmo exponencial como para llenar la tierra. Pero la que más claramente demuestra que el reino requiere productores, no mirones o sólo hacedores es la de los talentos.


El reino de los cielos será también como un hombre que, al emprender un viaje, llamó a sus siervos y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco mil monedas de oro, a otro dos mil y a otro sólo mil, a cada uno según su capacidad. Luego se fue de viaje. El que había recibido las cinco mil fue en seguida y negoció con ellas y ganó otras cinco mil. Así mismo, el que recibió dos mil ganó otras dos mil. Pero el que había recibido mil fue, cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. (Mateo 25:14-18)

Luego el señor regresó y les pidió resultados ―no sólo acciones― a sus siervos. Los dos primeros produjeron altos rendimientos duplicando los recursos recibidos: el primero recibió cinco mil y entregó diez mil, el segundo recibió dos mil y trajo dos mil más para totalizar cuatro mil. A ambos los felicitó con la siguiente expresión: «Han sido fieles en lo poco; los pondré a cargo de mucho más. ¡Vengan a compartir la felicidad de tu señor!» Luego llegó el tercero y sólo trajo excusas, fundamentadas en el temor a producir (en toda inversión, incluida la del talento, hay un riesgo, y sólo los que se atreven a intentarlo producen altos resultados):


Señor —explicó—, yo sabía que usted es un hombre duro, que cosecha donde no ha sembrado y recoge donde no ha esparcido. Así que tuve miedo, y fui y escondí su dinero en la tierra. Mire, aquí tiene lo que es suyo. Pero su señor le contestó: “¡Siervo malo y perezoso! ¿Así que sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido? Pues debías haber depositado mi dinero en el banco, para que a mi regreso lo hubiera recibido con intereses. » “Quítenle las mil monedas y dénselas al que tiene las diez mil. Porque a todo el que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.” (Mateo 25:24-30)

Lo que más me llama la atención de esta parábola es que los tres siervos hicieron algo, la diferencia estuvo en que la acción de los dos primeros (invertir los recursos para aumentarlos) produjo resultados, y la del segundo (enterrarlos para cuidarlos) no produjo, sino todo lo contrario: si se toma en cuenta la depreciación del dinero a través del tiempo, perdió. Eso nos enseña que Dios es un poco más competitivo y agresivo que todos nosotros, Él no se conforma con acciones que muchas veces no hace más que desperdiciar los recursos (tiempo, esfuerzo, espacio), sino que espera producción. Para producir se requiere algo más que guardar los recursos en un lugar seguro; la inversión es un proceso dinámico que exige medir en todo momento: saber cuánto se ha ganado al día de hoy y hacer las correcciones necesarias para ganar más el día de mañana. Cristo optimiza, y como todo buen inversionista, coloca sus recursos en las manos donde puedan ser mejor administrados. Él no esta buscando mirones o hacedores, sino productores.

Liderazgo MVP un lugar para todo líder cristiano.