Solo si decide ser humilde en reconocer, entender y cumplir el propósito de Dios para su vida será exaltado, y logrará el máximo potencial de lo que sea su asignación divina.
La decisión es personal: elegir o no la humildad. La humildad no es cuestión de sentimientos: La Palabra de Dios nos dice que ser humildes es una decisión. Ser humilde o no serlo es una decisión que tomamos cada uno de nosotros. Baso esta idea un tanto directa y sin vueltas en La Escritura: “Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23:12).
Lo que finalmente logre en su vida dependerá con toda claridad de las decisiones que tome ahora, y de las acciones que realice para implementar dichas decisiones. Jesús no lo habría dicho de ese modo, a menos que supiera que personalmente tiene usted el poder de decidir humillarse o exaltarse a sí mismo.
¿Cómo podrá saber si ha sido exaltado? Habrá sido exaltado cuando alcance el máximo nivel de potencial para el que Dios lo diseñó. No sabrá cuál es su potencial si comete el error de compararse con otras personas a las que Dios diseñó de manera diferente. Solamente conocerá su potencial si renueva su mente y piensa de sí mismo con moderación. Si utiliza a otros como parámetro de comparación, se sentirá agobiado por una frustración innecesaria. Por otra parte, si piensa de sí mismo con moderación, podrá poner su humildad personal en la perspectiva correcta. Al iniciar su viaje de humildad, esto le ayudará a saber cuándo ha llegado.
Solo si decide ser humilde en reconocer, entender y cumplir el propósito de Dios para su vida será exaltado, y logrará el máximo potencial de lo que sea su asignación divina.
El rey Josías es un buen ejemplo de cómo la humildad capacita a una persona para que alcance su potencial. Cuando Josías ascendió al trono, la idolatría había penetrado todos los estratos de la sociedad de Judá. Josías hizo lo correcto y pidió ayuda al Señor.
Descubrió a través de la profetisa Huldá que Dios había decidido “enviar desgracia sobre este lugar y sus habitantes” (2 Reyes 22:16), porque estaban adorando a otros dioses. Sin embargo, el Señor también le dijo a Josías que tendría paz durante su reinado. El Señor dijo: “Tus ojos no verán la desgracia que enviaré sobre este lugar” (2 Reyes 22:20). ¿Por qué haría tal excepción? Le dijo a Josías: “Como te has conmovido y humillado ante el Señor…” (2 Reyes 22:19).
Josías fue exaltado. ¿De qué manera? La Biblia dice: “Ni antes ni después de Josías hubo otro rey (…) como él” (2 Reyes 23:25). ¡Es lo máximo que uno puede lograr al cumplir el propósito de Dios para su vida! Terminó siendo exaltado porque fue humilde.
Por el otro lado, encontramos a Uzías que, como Josías, fue uno de los reyes de Judá que pertenecía al selecto grupo de aquellos que hacían “lo que agradaba al Señor” (2 Crónicas 26:4). Dios honró la fe de Uzías convirtiéndolo en un temible guerrero cuya “fama se difundió hasta la frontera de Egipto” (2 Crónicas 26:8). Fue un hombre bueno y uno de los más grandes héroes de su generación.
Sin embargo, Uzías cometió un terrible error al decidir exaltarse a sí mismo: “cuando aumentó su poder, Uzías se volvió arrogante, lo cual lo llevó a la desgracia” (2 Crónicas 26:16). ¿Qué hizo? En esos días solamente se les permitía a los sacerdotes entrar al Templo y quemar incienso para el Señor. Pero Uzías decidió que si los sacerdotes podían hacerlo, él también podría. Como era un gran rey decidió que no necesitaba humillarse y admitir que los sacerdotes pudieran hacer algo que él no. Así que Uzías, contrariando las advertencias de los sacerdotes, tomó la mala decisión de entrar en el santuario y quemar incienso. ¿Cuál fue el resultado? Que Dios intervino y humilló al rey. Dios le envió lepra, y aunque siguió reinando ¡se vio obligado a vivir aislado en cuarentena durante el resto de su vida!
A la luz de estos ejemplos, ¿qué decidirá usted?
Quiero que mi decisión sea como la del rey Josías y no como la de Uzías… ahora es su turno decidir.
“Por esto, despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida” (Santiago 1:21).
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