Si yo debiera elegir nada más que una palabra para describir cómo es estar comprometido con algo, elegiría la palabra “soledad”.
A mediados de la década de los setenta llegué a un punto en que debía tomar decisiones muy importantes. Enfrentaba decisiones que determinarían el curso de mi vida y cuán efectivo sería mi ministerio. Durante más de un año, en ese tiempo, llevé en el bolsillo una tarjeta, que solía sacar y leer de vez en cuando. Después de tomar una decisión, algunas veces dudaba; entonces sacaba la tarjeta y la leía. La leí cientos de veces.
Dado que el compromiso es la clave del éxito, quisiera darles las palabras que tanto me ayudaron en este sentido: “Antes de asumir mi compromiso, hay una cierta vacilación, una oportunidad para retroceder. Pero en el momento en que me comprometo definitivamente, entonces Dios también se mueve, y comienza un estallido de toda una serie de sucesos. Toda clase de incidentes y encuentros imprevistos, personas y ayudas concretas que yo jamás hubiera soñado que aparecerían en mi camino, fluyen hacia mí… en el preciso instante en que me comprometo a algo”.
Los momentos más importante de nuestra vida son aquellos en los que podemos sentir el compromiso en su grado máximo. Los mejores días de nuestra vida no son los días de descanso, ni siquiera aquellos en que tenemos a nuestros mejores amigos alrededor. Cuando algo nos atrapa y nos hace comprometernos en un grado máximo, esos son los mejores momentos de nuestra vida. Quizá sean días de lucha, de sufrimiento, de las más grandes batallas que debamos enfrentar en la vida, pero serán los mejores días.
Si yo debiera elegir nada más que una palabra para describir cómo es estar comprometido con algo, elegiría la palabra “soledad”. Si usted se compromete profundamente con una causa, el mundo no lo comprenderá; estará solo. Es humano quedarse con la multitud; lo divino es estar solo. Es común seguir a la gente, dejarse llevar por la corriente; lo que agrada a Dios es que sigamos sus principios y naveguemos en medio de la corriente. Es natural que nuestra conciencia ceda, y seguir las modas sociales y religiosas para lograr beneficios y placer.
“Nadie me respaldó, sino que todos me abandonaron” (2 Timoteo 4:16) fueron las palabras del curtido apóstol Pablo al describir su primera aparición ante Nerón, para responder por su vida.
Noé construyó un arca y viajó solo, excepto por la compañía de su familia. Abraham anduvo y adoró solo. Daniel cenaba y oraba solo. Elías hacía sacrificios y testificaba solo. Jeremías profetizaba y lloraba solo. Jesús amó y murió solo.
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